sábado, 15 de octubre de 2011

EL CASO DEL P.C.I



Un informático que conduce su propio coche

Los que creemos que los llamados niños distintos pueden llegar a ser adultos capaces de desarrollar una vida normal aplicamos, casi todos, el método CEMEDETE aunque algunos miles de estos profesionales con fe, esperanza y caridad, no saben que lo que están haciendo es lo que hacemos todos los de CEMEDETE .

Muchas veces me han preguntado en que somos diferentes los de CEMEDETE  y muchas veces he buscado una respuesta simple y veraz.

Hoy despues de pasar las altas montañas del orgullo y superar los helados y cortantes picos del amor propio y la competencia, os puedo decir con sinceridad absoluta que
-          Los niños distintos plantean dos problemas: 

a)    El que les amenaza a ellos como personas.
b)    El que su presencia representa para la sociedad que les acoge.

Considero que son de “cemedete” todos los que ponen su empeño profesional y personal en conseguir la mejor solución posible para el apartado a) y consideran que “siempre merece la pena”  sea cual sea la comparación entre resultados obtenidos y esfuerzo realizado.

Los que consideran más importante resolver el problema social, merecen todo mi respeto y mi comprensión pero no comparto su prioridad.

La técnica, la estrategia terapéutica y sus modos de aplicación van siendo cada día más similares y más parecidos. Todos los profesionales, neurólogos, psicólogos, pedagogos, fisioterapeutas, logopedas, osteópatas, optómetras... y todos cuanto componemos el formidable elenco terapéutico de la integración, utilizamos los mismos principios y buscamos con aínco el mejor logro de nuestros objetivos.


Lo que nos hace fundamentalmente distintos es el objetivo: unos dan prioridad absoluta a todo cuanto entienden que es mejoría en el desarrollo personal del niño distinto; los otros creen, de buena fe que es más importante proporcionar al niño distinto un nicho social que le permita instalarse, acomodarse, a la sociedad y a las normas de convivencia más usuales.

En una gran capital, de intenso tráfico y elevado nivel de competencia circula un coche que para nada llama la atención. Lo conduce un chico que tampoco nos llama la atención. Detenido en el semáforo los transeuntes ni tan siquiera lo miran.

Unos metros más adelante el coche marca el intermitente y se introduce dentro del “parquin” de una gran empresa.

El coche tras una maniobra absolutamente correcta, se introduce en un lugar resevardo para los ejecutivos de la empresa. La portezuela se abre y se produce un sosprendente tiempo de espera hasta que emerge la figura desgarbada, torpe y deforme de un “minusválido”.

Lleva un maletín, viste como visten los ejecutivos jóvenes, se peina como ellos y se balancea como un barco en la tormenta mientras se desplaza con movimientos vacilantes hacia la puerta del ascensor.

Una vez en el sexto piso persiste en su peculiar modo de andar, semiarrastrando una de las dos piernas, recibiendo saludos y repartiendo sonrisas:

-          ¡ Buenos días, Juanjo !
-          ¡ Buenos días señor Perez !
-          ¡ Hola!. Buenos días, tengo que hablar contigo.

Llega a su despacho se despoja de la prenda de abrigo. Se le queda enganchada la manga y la desprende con un movimiento automático, que nos parece extraño a los que no tuvimos un accidente cerebral hemorrágico al nacer.

Se sienta delante de la pantalla de un ordenador y es fácil observar que trabaja prácticamente moviendo el ratón con una sola mano mientras que la otra la utiliza fundamentalmente como apoyo o ayuda porque tiene muy poca capacidad de prensión.

Cuando tecletea, sorprende el número de pulsaciones por minuto que consigue y sorprende, porque lo consigue utilizando de modo muy peculiar sus manos.

Juanjo ya ha cumplido los 30 años, y ha desarrollado todas las estructuras de conducta que son imprescindibles para lograr el nivel de capacitación autonomía y competencia necesario y suficiente para defender un puesto de ejecutivo medio en una gran empresa.

La última vez que hablé con el me confesaba que se sentía razonablemente satisfecho de la vida que vivía.

¡¿ Sabeis que era lo único que verdaderamente le dolía ?!
¡ Su vida afectiva y sexual !

Cuando hoy acuden a mi despacho niños y niñas que han sufrido una P.C.I. me acuerdo siempre de que tengo que procurar el máximo desarrollo posible de TODAS las funciones posibles; incluidas las de tipo afectivo y sexual.

A veces lo conseguiremos y a veces no, pero los de CEMEDETE, siempre lo propondremos como objetivo de todas nuestras intervenciones.

Dr. José Moyá Trilla.